sábado, 14 de abril de 2018

La vendedora de rosas

Escribe Marguerite Yourcenar en el prólogo de “La Corona y la Lira”, su antología personal de la poesía griega antigua, que las traducciones que fue haciendo a lo largo de los años no eran para el público, sino para sí misma. Comprenden a ciento diez poetas distintos y doce siglos de poesía, la mayoría poco conocidos, ya que de los poetas consagrados  como Homero o Hesíodo sólo incluye algunos versos, poquísimos a decir verdad...
 

A la hora de hacer sus versiones al francés se planteó la eterna cuestión de si se puede traducir a un poeta en prosa. Se hace eco del argumento tradicional en contra del verso que es su escasa fidelidad al original. Las traducciones en verso, en efecto, suelen ser poco literales, porque las exigencias rítmicas de las lenguas no coinciden en absoluto. Ella, que va a decantarse sin embargo por la traducción en verso, aporta a su favor el siguiente argumento de Lafosse, un muy mediocre poeta francés del siglo XVIII según la autora, pero muy juicioso sobre el tema que nos ocupa. Dice así: Digo más, y es una verdad que no temo que se me refute: los versos no deben traducirse más que en verso. No sabríamos ponerlos en prosa, por muy excelente que sea nuestra prosa, sin hacerles perder mucha de su fuerza y de su encanto. Un poeta, al que se le contente al traducirlo dejando sus pensamientos completamente solos privados de la armonía o del fuego de los versos, ya no es un poeta, es el cadáver de un poeta. De modo que todas esas traducciones de verso en prosa, que se consideran fieles, son por el contrario muy infieles, porque el autor que buscamos se encuentra allí desfigurado.


Una buena traducción, comenta Yourcenar, tiene que ser fiel, sin ninguna duda, pero sucede con las traducciones, dice ella, como con las mujeres: la fidelidad sin otras virtudes más, no basta para hacerlas soportables.


La poesía no es sólo literatura, es un uso especial, rítmico o musical si se quiere, del lenguaje. Si traducimos literalmente la letra de una canción trasladamos su contenido, su significado, pero en el trasvase hemos perdido la música que la hace apta para el canto: su prosodia, su poesía.


Marguerite Yourcenar (1903-1987)

La labor de Yourcenar, gran conocedora y amante del mundo clásico, es, en este sentido, encomiable. No sólo es de destacar su buen gusto a la hora de elegir los poemas y poetas que traduce, sino también el “savoir faire” de sus versiones, que convierten los poemas griegos en poemas franceses.


Tomo, como ejemplo, este bello y breve poema de Dionisio el Sofista, poeta del siglo II de nuestra era, contemporáneo del emperador Adriano, del que sólo se conserva este epigrama incluido en la Antología Griega (V, 81), compuesto de hexámetro y pentámetro dactílicos, que podríamos titular: La vendedora de rosas.






Versión de Marguerite Yourcenar:
Sur la place publique assise chaque jour.
Vends-tu des roses, belle, ou vends-tu ton amour?

La traducción literal de la versión de Yourcenar, en prosa atenta solo al significado y al contenido, podría ser: Sentada en la plaza pública cada día, ¿vendes rosas, guapa, o vendes tu amor?.


Una traducción menos fiel quizá, pero atenta al alejandrino y a la rima francesas de la versión de Yourcenar, podría ser esta que se me ocurre a mí ahora:
Sentada cada día en la plaza con la flor,
¿Vendes rosas o acaso, niña bonita, tu amor?


Traduzco, por mi parte directamente al castellano, el epigrama original de Dionisio, lo más fidedignamente que puedo, con un dístico de hexámetro y pentámetro dactílicos,  de esta guisa:
Tienes, florista, el primor de la rosa. Pero ¿qué vendes?
¿Tú a ti misma o quizá     rosas? o ¿todo a la vez?

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