jueves, 12 de abril de 2018

De la titulitis y la inflación del sufijo -itis.

A propósito de la falsificación del título de máster (abreviación, por cierto, del latín magister) de la regenta de la Comunidad Autónoma de los Madriles, se ha hecho notoria la obsesión de algunos políticos y políticas por engordar su curriculum vitae  con el mínimo esfuerzo a costa de lo que sea. Ha quedado patente la titulitis, que según la Real Academia es término coloquial que se utiliza despectivamente, y que significa “valoración desmesurada de los títulos y certificados de estudios como garantía de los conocimientos de alguien.”

La posesión de un diploma, como muy bien sabe la gente común y corriente, es algo que guarda escasa relación con la posesión de conocimientos. Máxime en este caso, en el que el título “real” y “legal” de la presuntamente titulada era falso según ha destapado la prensa. La presidenta (sic), a la que le creció la nariz como a Pinocho por mentirosa, había logrado su diploma sin asistir a ninguna clase magistral ni haber realizado exámenes ni trabajos compensatorios ni convalidaciones ni nada por el estilo, salvo acaso algún pequeño guiño de amaño de intercambio de favores... 

 



¿De dónde nos viene este sufijo -itis que le hemos endilgado a la palabra título para inflarla y que ha puesto en el candelero el desmesurado afán titulatorio de la regenta de los Madriles para dar así empaque a su currículo académico? Pues nos viene, como tantas otras cosas, del griego antiguo: de la feminización, en concreto, del sufijo de agente masculino -της / -τᾶς, que añadido a un lexema verbal designaba al sujeto de la acción verbal: por ejemplo ποιη-τής (poiētēs, poeta) esto es hacedor, creador a partir del verbo ποιέω (poieō, hacer), sufijo que también podía sumarse a un lexema nominal y en este caso referirse a personas relacionadas con el ámbito semántico del sustantivo al que se soldaba, como πολίτης (polītēs, “uno de la ciudad, ciudadano”) de πόλις (pólis, “ciudad”), término que conservamos nosotros en la segunda parte del compuesto cosmopolita.


Dado que este sufijo en ambos casos era masculino, se creó sobre él un femenino añadiendo -ιδ- a la base oclusiva dental sorda -τ-, resultando un nominativo -τ-ι(δ)-ς, es decir -τις con pérdida de la dental sonora ante la sigma característica. Así por ejemplo frente a κυνηγέτης (kynēgétēs, cazador), agente masculino, tenemos κυνηγέτις (kynēgétis, cazadora), agente femenino, de ahí nuestra cinegética o técnica de la caza acompañada de perros, y frente a πολίτης (polītēs, ciudadano) se creó πολῖτις (polītis, ciudadana).



Ambos sufijos el masculino -ίτης y el femenino -ῖτις llegarán a ser con el paso del tiempo muy productivos en la formación de términos técnicos. A fecha de hoy, por ejemplo, la forma femenina del sufijo continúa, parece mentira, siendo productiva todavía en la lengua de la medicina con el valor de “inflamación de”. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? La explicación más plausible es la de Pierre Chantraine (La formation des noms en grec ancien, pp. 339-340): a raíz de nombres de órganos del cuerpo como por ejemplo ἄρθρον (árthron, “articulación”) se crea un adjetivo femenino ἀρθρῖτις (arthrîtis, “relativa a las articulaciones”) que unido al sustantivo femenino νόσος (nósos, “enfermedad”), forma el sintagma ἀρθρῖτις νόσος “enfermedad relativa a las articulaciones”, donde acaba omitiéndose el sustantivo y sobreentendiéndose, llegando así a la simplificación y sustantivación del adjetivo femenino ἡ ἀρθρῖτις (hē arthrîtis, “la artritis”), de donde nos viene la dichosa inflamación de las articulaciones de los huesos. 

 
A través del latín hace su entrada este sufijo en las lenguas modernas,  donde manifiesta una gran productividad y un doble comportamiento. Por un lado, hay un patrón especializado, digamos, donde el sufijo significa “inflamación de una parte del cuerpo”, sobre una base grecolatina, ya sea griega (hepatitis, faringitis...) o latina (celulitis, apendicitis...); y por otro lado un patrón coloquial, que permite crear nuevos términos derivados, con el significado genérico de “exageración o inflación de la realidad, es decir, de la idea que tenemos de la cosa”, por ejemplo, “mamitis” sobre la base de “mamá”, o  titulitis sobre los títulos de marras.

El Corpus de Referencia del Español Actual (CREA) de la Real Academia Española documenta nada menos que 7.254 casos terminados en el sufijo -itis, de los que 7.164 siguen el patrón especializado y 90 el patrón coloquial, según datos que recojo de “Los afijos, variación, rivalidad y representación” de E. Bernal y J. DeCésaris (eds.) de Documenta Universitaria (2015).

Cabe, para concluir, hacerse una pequeña reflexión volviendo al caso de la presidenta de Madrid: queda demostrado que el título de “magistra” de la regenta de los Madriles era "real", sí, como decía la mentirosa de ella,  pero falso, como la propia realidad por otra parte -cosa que no conviene olvidar nunca. Ahora bien, formulémonos la siguiente pregunta, un poco malévola- pero nada ingenua:  ¿hay títulos académicos verdaderos? ¿No serán los académicos como los nobiliarios, títulos todos espurios? 

Se trata de una pregunta retórica. No espera una respuesta. Está implícita en la pregunta. Pero por si hace falta decirlo explícitamente: todos los títulos tanto académicos como de nobleza de sangre o nobiliarios son falsos: no acreditan absolutamente nada de lo que pretenden: ni la adquisición de unos conocimientos que no se tienen ni una pureza de sangre que no se posee. Todos son esencialmente falsos. Sin embargo, existen, sí, y mucho, como la propia Realidad y la legalidad que la sustenta,  pero sólo acreditan una sola cosa: que se compran y se venden a cambio de dinero.

No hay comentarios:

Publicar un comentario