viernes, 27 de abril de 2018

Dos epitafios griegos

Tumba de niño: El epigrama de Luciano de Samósata, del siglo II de nuestra era, si es de él, que no es del todo seguro, incluido en la Antología Griega V 308, está dedicado a un niño de cinco años llamado Calímaco, que se despide del mundo diciendo que no lloremos por él: si vivió poco también sufrió poco. 


Niño de cinco años de edad, sin miedo en el alma,

 vino a buscarme, feroz,     muerte, a Calímaco, a mí. 

 Mas por mí no llores, pues poco yo de la vida

 supe,  y poco también     supe del mal de vivir.

Tumba de viejo: Se trata de un epigrama anónimo, incluido también en la Antología Griega VII 309, de fecha incierta, quizá del siglo III antes de nuestra era, según Marguerite Yourcenar,  que escribe que es muy del gusto de Calímaco y que lo convierte en el epitafio de un misántropo, es decir de alguien que odia a la humanidad y su organización social basada en la familia,  y así lo traduce al francés, despojándolo de sus coordenadas de nombre propio, lugar de nacimiento y edad para darle validez universal:  Je suis mort sans laisser de fils, et regrettant / Que mon père avant moi n'en eut pas fait autant. En alejandrinos castellanos vendría a ser algo así:  He muerto sin dejar hijos, y lamentando / que no hubiera mi padre hecho antes otro tanto. 


  Yazgo aquí, sesentón, Dionisio de Tarso, soltero. 
 ¡Ah si lo hubiera, ojalá,     sido mi padre también!

miércoles, 25 de abril de 2018

Dos chistes y una tira cómica sobre la obligación de ir a la escuela

La maestra anuncia a toda la clase: -Hoy vamos a tratar una nueva unidad didáctica:  la Educación Sexual. Una niña alza rápidamente la mano y pregunta: -¿Podemos salir al recreo, señorita, las que ya follamos?



(Frente al terminajo pedagógico que utiliza la maestra de “unidad didáctica” para impresionar a su auditorio infantil con su jerga pseudoespecializada que sustituye a los tradicionales “lección” o "clase", la alumna emplea con desparpajo una palabra vulgar, popular,  que recién pronunciada provocará la irrisión general, y será tachada de malsonante e impertinente por la profesora, que corregirá inmediatamente a la deslenguada discípula por su expresión soez con eufemismos y paráfrasis cultas como “mantener relaciones sexuales”, "practicar el coito" o, más ridícula aún, “hacer el amor”. Pero la gracia del chiste reside en que lo que pretende enseñarles la maestra bajo el campanudo título políticamente correcto de “educación sexual” es algo que esta alumna y algunas amigas más, por el uso que hace del plural, ya saben y por lo tanto resulta superfluo que la señorita pretenda explicárselo y darles consejos sobre cómo se hace o se deja de hacer,  por lo que pide que se las dispense de la clase y se las deje salir al patio... Ella y sus amigas, que ya saben lo que es eso tanto en la teoría como en la práctica, no tienen ningún interés por la aburrida monserga pedagógica que las espera de la profesora, y lo que quieren, en el fondo, es librarse de la reclusión escolar siquiera momentáneamente, salir de la ominosa aula al patio y aire libre y a un recreo que todavía no ha sido catalogado como "activo" ni como "segmento de ocio" y del que aún se puede disfrutar libremente sin estar bajo vigilancia tutelada). 


Esa misma maestra, vamos a suponer, progresista y comprometida con la mejora de la educación, más preocupada de hecho por educar que por enseñar a sus alumnos y alumnas, que, por su parte, no aprenden nada que no supieran ya, como hemos visto en el caso anterior, pasa una encuesta bienintencionada un día a toda la clase donde alumnos y alumnas, como dicen ahora para visibilizar innecesariamente el género gramatical femenino, pueden expresar libremente por escrito porque es anónima su opinión sobre cómo les gustaría que fuese la escuela del futuro en sus mejores sueños, y cómo se la imaginan en su perfección ideal más cumplida y acabada, Jaimito responde sin dudarlo mucho de viva voz: “Cerrada a cal y canto, señorita”. 

 Tira cómica de Bill Watterson, de la serie Calvin y Hobbes


Calvin, el entrañable personaje de la tira cómica Calvin & Hobbes de William "Bill" Watterson y alter ego infantil del autor, exclama cuando esperaba en la parada la llegada del bus escolar que sería una gran sorpresa que el autobús que él está aguardando como todos los días de lunes a viernes y que parece que se retrasa un poco más de lo habitual explotara de repente y desapareciera por arte de magia y combustión espontánea y así él se viera libre por lo tanto de la obligación de tener que ir al colegio como la res que es transportada al matadero para su sacrificio e inmolación... Lo dice bien alto, como para que la Divina Providencia que todo lo ve lo oiga también allá arriba en las alturas, pues parece que está sorda como una tapia y a veces hay que chillar por si acaso no se entera, igual que a la abuelita... Calvin, no quiere ir a la escuela, no porque no le guste aprender, que no le disgusta ya que es un niño inteligente y despierto, sino porque precisamente en la escuela no se aprende absolutamente nada que no sea la obediencia ciega a lo que está mandado, a la rutina de los horarios y calendarios escolares establecidos que dividen el tiempo en ocio y trabajo, lectivo y no lectivo, cara y cruz de la misma moneda.


Pero esa sorpresa que Calvin desea que suceda no va a cumplirse, precisamente porque aun en el caso de que aconteciera ya no sería tampoco ninguna sorpresa que pudiera cogerle desprevenido. Ya no sería algo inesperado y sorprendente. Ya lo cantaba Radio Futura: "Nunca se puede saber / lo que va a ocurrir mañana / salvo que al fin de semana / sigue un lunes otra vez." La sorpresa consistiría en que el fin de semana fuera realmente el fin de la semana, como su nombre indica, el fin de los siete días cuyos nombres recuerdan respectivamente a la Luna, Marte, Mercurio, Júpiter, Venus, Saturno, modificado entre nosotros por el término judaico del Sabat, séptimo y sabático día de la semana judía, y al Sol, que pasó a llamarse día del Señor, semana que adaptaron los cristianos para imponérsela al universo mundo. La sorpresa sería que al domingo no le sucediera un lunes. Pero la semana laboral ya existía cuando Dios creó el mundo y lo puso en marcha.  La reflexión de Calvin viene a decirnos que todo lo puede el Señor menos que un lunes deje de ser lunes, aunque no por eso vamos a dejar de desearlo vivamente en el fondo de nuestro corazón. 


Lo que quieren Calvin, Jaimito y la niña contestataria en definitiva es algo que va a chocar con la dura realidad y que formulado en el lenguaje infantil del niño que todavía no ha aprendido bien algunas reglas gramaticales es: “Que no haiga escuela nunca más”. Recordemos a Ivan Illich: "Para la mayoría de los seres humanos, el derecho a aprender se ve restringido por la obligación de asistir a la escuela".

viernes, 20 de abril de 2018

Meleagro sobre el alma y el amor

El breve epigrama de Meleagro de Gádara (Antología Palatina, V, 57) compuesto por un dístico elegíaco -sólo un par de versos-  dedicado a Eros, o sea, a Cupido, que es la personificación divinizada del Amor, presenta una curiosa polisemia que puede pasarnos desapercibida en las traducciones actuales si no prestamos atención al texto original.

La traducción en prosa inglesa de W. R. Paton publicada en la Loeb Classical Libray en 1920 dice: Love, if thou burnest too often my scorched soul, she will fly away; she too, cruel boy, has wings. Lo que literalmente es: Amor, si abrasas muy a menudo mi chamuscada alma; huirá volando, ella también, niño cruel, tiene alas.

La traducción francesa, también en prosa, de Pierre Waltz, publicada por Belles Lettres en 1960, presenta por su parte: Si tu brûles trop souvent une âme qui voltige autour de toi, elle s' enfuira, Éros; elle aussi, méchant, elle a des ailes. En castellano: Si quemas muy a menudo un alma que revolotea a tu alrededor, ella huirá, Eros; ella también, malvado, tiene alas.

  
La edición de Waltz incluye en el aparato crítico la propuesta de lectura de Hecker, que consiste, a mi modesto parecer acertadamente, en entender πυρί (fuego) en lugar de περί (alrededor), ya que no está claro qué es lo que escribió realmente y quiso decir el poeta. La diferencia de interpretación sería “que nada en el fuego” o “que nada alrededor”. 

La traducción española de Manuel Fernández-Galiano, publicada por Gredos (Madrid, 1978) en su Bibliteca Clásica, núm. 7, omite la alusión explícita al alma, y la sustituye por la falena, que es un tipo de mariposa: La falena que en torno a ti gira, si tanto la quemas, / se te escapará, Eros; también ella tiene alas. En nota aclaratoria el traductor explica: "En griego la misma palabra significa a la vez mariposa o falena y alma: la mariposa gira en torno al amor atraída por él, pero si los tormentos del amante son excesivos, si el fuego quema demasiado, el alma escapará de la tentación.". 

En las traducciones inglesa y francesa señaladas no se entiende muy bien que se diga que el alma también tiene alas como el propio dios Amor. Ahora bien, la traducción francesa presenta a pie de página una nota aclaratoria, que es que la palabra griega ψυχή significa a la vez alma y mariposa, por lo que el poema, dada la polisemia del término, quiere decir no que el alma tenga alas en sentido figurado, sino que la mariposa o polilla, como prefiero yo, las tiene. La diferencia entre polilla y mariposa es que la polilla es nocturna, como el amor, mientras que la mariposa es diurna. Una traducción más acorde con el original debería decir: “Si quemas, Eros, muy a menudo a un alma que revolotea (o nada) a tu alrededor (o en tu fuego) como una mariposa, huirá de ti; ella también, malvado, tiene alas”. Lo que en un dístico elegíaco castellano podría ser algo así.

Mi alma, polilla en tu fuego, Amor, si tanto la abrasas,
cruel, huirá; también     saben sus alas volar.

Amor guiando a Alma con su antorcha, Mitreo de Capua antigua.

Las representaciones gráficas de Eros y Psiqué, o, si se prefiere traducir los nombres,  de Amor y Alma, le plantean al artista un problema: o representa a Psiqué como una bellísima joven, como en el cuento de Apuleyo, o como una mariposa, o en un compromiso entre ambas imágenes como una muchacha alada como mariposa.

En el mitreo o templo consagrado al dios Mitra de Capua antigua (Santa Maria de Capua Vetere, en la Campania italiana) se ve un relieve en mármol, encastrado en la pared, que representa a un Cupido/Eros desnudo y alado con una antorcha en su mano izquierda, que, sin el arco y las flechas que tanto le caracterizan en otras iconografías, toma con la diestra a Psiqué, que por su parte, ataviada con un largo vestido transparente, cuya cola recoge con la mano derecha, dispone de dos pares de alas, dos anteriores y dos posteriores, a sus espaldas como las de una mariposa. Las dos figuras pueden tener aquí un significado místico en que el Amor ilumina al Alma en su viaje al más allá, lo que explicaría su aparición en un monumento fúnebre, pero en el epigrama de Meleagro que nos ocupa, Amor no ilumina sino que abrasa el alma con el fuego de su pasión.

 Mosaico romano (siglo III-IV de nuestra era) Antioquía (hoy Antakya, Turquía)

En el Canto X del Purgatorio de la Divina Comedia (versos 121-126), Dante Alighieri se hace eco de la metáfora del alma como mariposa (angelica farfalla), que se convierte en un símbolo de inmortalidad: O superbi cristian, miseri lassi, / che, de la vista de la mente infermi, / fidanza avete ne' retrosi passi, /  non v'accorgete voi che noi siam vermi / nati a formar l'angelica farfalla, / che vola a la giustizia sanza schermi? Así traduce estos versos Abilio Echeverría en la edición de Alianza Editorial (Madrid, 1995): Oh soberbios cristianos, gente loca, / que atrás dais pasos en avance ciego, / pues que la ciega mente os equivoca, / ¿no veis que nuestra larva ha de ser luego / la mariposa angélica que no halla / mas que volando al Sumo Bien sosiego? En esta simbología, el alma que sale de su crisálida dejando de ser una larva sólo puede alcanzar la inmortalidad liberándose de la cárcel corporal que es su envoltura carnal, ideas que ya estaban en Platón. La polisemia de la palabra griega psyché se acentúa porque la letra griega psi por la que comienza la palabra Ψ podría representar, según algunos, una mariposa estilizada, por lo que para ellos la mariposa sería no sólo el símbolo del alma, sino también de la ciencia del alma que pretende ser la psicología. .




lunes, 16 de abril de 2018

Amor a los colores

Discutían acaloradamente el otro día en la barra del bar varios tertulianos. ¿Cuál era el asunto de su apasionada charla? Fútbol. No podía ser otro el tema. Me vino enseguida a las mientes el dicho de Juvenal panem et circenses, que,   después de haber sido "pan -es decir trabajo- y toros" en la España zarzuelera de pasodoble taurino y sangre en el ruedo, se actualiza ahora mismo como "pan -trabajo, o a falta de él, subsidio de desempleo o renta básica en el horizonte- y fútbol -o diversión alienante-" en la España autonómica de las quinielas, los estadios y retransmisiones televisivas y radiofónicas: los instrumentos estupefacientes del Poder para amodorrar a la inmensa mayoría democrática de la ciudadanía como dicen ahora. Los tiempos mudan para que las cosas puedan seguir esencialmente igual.  

Vieja costumbre esta, que se remonta a la Roma cesariana, y, mucho más cerca de nosotros, a la dictadura del Generalísimo Franco, que convirtió al Real Madrid en el equipo oficial del régimen. La victoria, por ejemplo, de la selección española sobre la URSS en 1966 se presentó como un triunfo nacional católico sobre el comunismo. El fútbol o balompié en román paladino es un asunto de interés nacional, el único asunto, a decir verdad, de interés nacional. Sirve para distraer a la población, y, mucho más que eso, es casi una cuestión religiosa, es el opio del pueblo, o sea, la nueva religión.

Sólo el deporte rey es capaz de desatar nuestros instintos más bajos aquí y en cualquier punto del universo mundo,  y él solo puede desencadenar, ya sea en el estadio, ya a través de la pantalla del televisor en el corazón de nuestro agridulce hogar o en el bar de la esquina, nuestras más rastreras y vergonzantes pasiones, que son, huelga decirlo, las patrióticas, gregarias y nacionalistas. 


El caso es que acababan de dar la noticia en la sección informativa del telediario, y alababa uno de aquellos hinchas o forofos fanáticos del fúzbol -con zeta de rebuzno- de la tertulia de la barra del bar a un fuzbolisto que, al parecer, había renovado su contrato -su fichaje, decía él-, por "amor a los colores".
 
 Fotograma de la película Ben Hur (1959) William Wyller

Llamó enseguida mi atención aquella colorida expresión. Hablaban de “el equipo rojiblanco, el club azulgrana...”, y me recordaban, en efecto, por deformación profesional,  a la factio albata, los blancos, la factio russata, los rojos, la factio ueneta, los azules..., de las cuadrillas que jaleaban a los aurigas en las carreras del circo romano. Las camisetas de colores que representan al equipo y al club que lucen nuestros jugadores de balompié son el exacto equivalente, con flagrante anacronismo, de las túnicas cortas del color de cada facción que lucían los automedontes que conducían las cuadrigas, espectáculo que se recrea magistralmente en la espléndida escena de la película Ben Hur (1959) de William Wyller, donde al final el colorido de los equipos se reduce a los elementales del blanco y el negro de los propios corceles, blancos como la nieve resplandeciente los del galileo, negros como el tizón los del pérfido Mesala, con todo su simbolismo moral de buenos y malos que acarrean.

-El amor a los colores ya pasó a la historia, tío. -Sentenció uno de los tertulianos.
-¡No...! Hay jugadores honrados, pocos, pero los hay, que defienden los colores de la camiseta, y que la sudan a tope y dan lo mejor de su rendimiento en el campo de juego. Y a esos les duele en el alma una derrota del equipo y defraudar a la afición que les anima en el graderío por detrás.

 Imagen de la Roja, la Selección Española.

A mí la expresión “defender los colores” me sonaba, no podía evitarlo, a servicio militar obligatorio y a jura de bandera, a “derramar, si es preciso, hasta la última gota de sangre” en defensa de la patria y del rancio patriotismo nacionalista, y demás monsergas de cuartel. No daba crédito a lo que oía. 

-Te digo que no. Los únicos colores que les ponen a los futbolistas son los de los billetes de quinientos pavos, que yo no sé de qué color son porque no he visto ni veré en toda mi vida ninguno de verdad. 

-Él ha dicho que renueva el fichaje por amor al Club y a la afición.


-¿Qué va a decir Él? No va a reconocer que lo hace por la pasta, joder, aunque sea la verdad, porque defraudaría al equipo, tío, y a toda la peña. Él vende que lo hace por amor a los colores, pero vuelve a fichar por un contrato millonario con una cifra de muchos ceros por su interés personal. El club, la afición y el equipo le importan una mierda, o ¿no crees que sería capaz de fichar mañana mismo por el equipo contra el que se enfrenta hoy, y dejarnos a todos tirados y con el culo al aire?


-Son mercenarios. -Sentenció con solemne amargura otro tertuliano que no había abierto la boca hasta entonces. Y añadió: -Igual que los políticos, desengañaros (sic), colegas: No representan a nadie. Los únicos colores por los que se mueven son los del dinero.

De repente, todos se ponen a hacer la ola y montar la bronca padre en el estadio y fuera de él al son de las horrísonas vuvuzelas,  y en el bar reina de pronto  un silencio sepulcral, hasta que entra el gol en portería: ¡gooooool! Sólo un partido de balompié, parece mentira, puede paralizar la vida de un país. Todo gira en la España de María Santísima en torno al esférico coronado: la pelota de Parménides que es, como el Ser, ontológicamente omnipresente. Y ya se sabe que el mundo es redondo como un balón reglamentario, según los periódicos deportivos, los que más se leen en un país ágrafo y funcionalmente analfabeto, donde lo único que importa es poder graznar con chulería: ¡Les hemos ganado por goleada!

Todos en casa, aborregados, con los amigotes o la familia, porque queda muy triste y sin gracia eso de ver un partido solo. Sería un placer onanista y solitario. Y eso no puede ser. El balompié es una celebración orgiástica, colectiva, un fenómeno de eyaculación seminal masiva. Hay que comentar las jugadas y la actitud partidista del árbitro y discutir con los otros y exudar adrenalina de la más rancia testosterona. 

Se nota que a mí no me gusta el fútbol, cierto que no tengo mucha idea de balompié ni me interesa lo más mínimo la monarquía del deporte rey, pero no se trata de gustos personales, de los que no se discute, sino de balompié. Vamos a hablar un poco de eso, precisamente: El interés por el resultado final de un partido hace que el propio partido pierda todo su interés y lo arruina totalmente. Deja de haber juego, deja de mandar el balón en el campo, que se ve ya como un campo de batalla donde los dos ejércitos rivales se disputan, como en un tablero de ajedrez, los laureles de la victoria. Ni los espectadores pueden gozar del partido ni los propios jugadores entregarse a él despreocupadamente: abrumados por la enorme responsabilidad de defender unos colores, es decir unas ideas, esto es, dinero. Por ello no atienden a la pelota: juegan mal. No pueden jugar bien ni haber deporte. 

¡Qué partido más aburrido aquel en el que en vez de mandar el balón, mandan los colores de los equipos que se enfrentan! ¡Qué solemne aburrimiento cuando los jugadores en vez de jugar al balón defienden unos colores, porque se los ha convertido en los representantes, contra su voluntad, de todo un país o de un club y toda su afición! En el estadio no reina el balón, sino otras consideraciones políticas, nacionalistas, ajenas al juego y al deporte. ¡Qué partido más malo aquel en el que interesa más el resultado final de la victoria o la derrota que el desarrollo del juego!

sábado, 14 de abril de 2018

La vendedora de rosas

Escribe Marguerite Yourcenar en el prólogo de “La Corona y la Lira”, su antología personal de la poesía griega antigua, que las traducciones que fue haciendo a lo largo de los años no eran para el público, sino para sí misma. Comprenden a ciento diez poetas distintos y doce siglos de poesía, la mayoría poco conocidos, ya que de los poetas consagrados  como Homero o Hesíodo sólo incluye algunos versos, poquísimos a decir verdad...
 

A la hora de hacer sus versiones al francés se planteó la eterna cuestión de si se puede traducir a un poeta en prosa. Se hace eco del argumento tradicional en contra del verso que es su escasa fidelidad al original. Las traducciones en verso, en efecto, suelen ser poco literales, porque las exigencias rítmicas de las lenguas no coinciden en absoluto. Ella, que va a decantarse sin embargo por la traducción en verso, aporta a su favor el siguiente argumento de Lafosse, un muy mediocre poeta francés del siglo XVIII según la autora, pero muy juicioso sobre el tema que nos ocupa. Dice así: Digo más, y es una verdad que no temo que se me refute: los versos no deben traducirse más que en verso. No sabríamos ponerlos en prosa, por muy excelente que sea nuestra prosa, sin hacerles perder mucha de su fuerza y de su encanto. Un poeta, al que se le contente al traducirlo dejando sus pensamientos completamente solos privados de la armonía o del fuego de los versos, ya no es un poeta, es el cadáver de un poeta. De modo que todas esas traducciones de verso en prosa, que se consideran fieles, son por el contrario muy infieles, porque el autor que buscamos se encuentra allí desfigurado.


Una buena traducción, comenta Yourcenar, tiene que ser fiel, sin ninguna duda, pero sucede con las traducciones, dice ella, como con las mujeres: la fidelidad sin otras virtudes más, no basta para hacerlas soportables.


La poesía no es sólo literatura, es un uso especial, rítmico o musical si se quiere, del lenguaje. Si traducimos literalmente la letra de una canción trasladamos su contenido, su significado, pero en el trasvase hemos perdido la música que la hace apta para el canto: su prosodia, su poesía.


Marguerite Yourcenar (1903-1987)

La labor de Yourcenar, gran conocedora y amante del mundo clásico, es, en este sentido, encomiable. No sólo es de destacar su buen gusto a la hora de elegir los poemas y poetas que traduce, sino también el “savoir faire” de sus versiones, que convierten los poemas griegos en poemas franceses.


Tomo, como ejemplo, este bello y breve poema de Dionisio el Sofista, poeta del siglo II de nuestra era, contemporáneo del emperador Adriano, del que sólo se conserva este epigrama incluido en la Antología Griega (V, 81), compuesto de hexámetro y pentámetro dactílicos, que podríamos titular: La vendedora de rosas.






Versión de Marguerite Yourcenar:
Sur la place publique assise chaque jour.
Vends-tu des roses, belle, ou vends-tu ton amour?

La traducción literal de la versión de Yourcenar, en prosa atenta solo al significado y al contenido, podría ser: Sentada en la plaza pública cada día, ¿vendes rosas, guapa, o vendes tu amor?.


Una traducción menos fiel quizá, pero atenta al alejandrino y a la rima francesas de la versión de Yourcenar, podría ser esta que se me ocurre a mí ahora:
Sentada cada día en la plaza con la flor,
¿Vendes rosas o acaso, niña bonita, tu amor?


Traduzco, por mi parte directamente al castellano, el epigrama original de Dionisio, lo más fidedignamente que puedo, con un dístico de hexámetro y pentámetro dactílicos,  de esta guisa:
Tienes, florista, el primor de la rosa. Pero ¿qué vendes?
¿Tú a ti misma o quizá     rosas? o ¿todo a la vez?

jueves, 12 de abril de 2018

De la titulitis y la inflación del sufijo -itis.

A propósito de la falsificación del título de máster (abreviación, por cierto, del latín magister) de la regenta de la Comunidad Autónoma de los Madriles, se ha hecho notoria la obsesión de algunos políticos y políticas por engordar su curriculum vitae  con el mínimo esfuerzo a costa de lo que sea. Ha quedado patente la titulitis, que según la Real Academia es término coloquial que se utiliza despectivamente, y que significa “valoración desmesurada de los títulos y certificados de estudios como garantía de los conocimientos de alguien.”

La posesión de un diploma, como muy bien sabe la gente común y corriente, es algo que guarda escasa relación con la posesión de conocimientos. Máxime en este caso, en el que el título “real” y “legal” de la presuntamente titulada era falso según ha destapado la prensa. La presidenta (sic), a la que le creció la nariz como a Pinocho por mentirosa, había logrado su diploma sin asistir a ninguna clase magistral ni haber realizado exámenes ni trabajos compensatorios ni convalidaciones ni nada por el estilo, salvo acaso algún pequeño guiño de amaño de intercambio de favores... 

 



¿De dónde nos viene este sufijo -itis que le hemos endilgado a la palabra título para inflarla y que ha puesto en el candelero el desmesurado afán titulatorio de la regenta de los Madriles para dar así empaque a su currículo académico? Pues nos viene, como tantas otras cosas, del griego antiguo: de la feminización, en concreto, del sufijo de agente masculino -της / -τᾶς, que añadido a un lexema verbal designaba al sujeto de la acción verbal: por ejemplo ποιη-τής (poiētēs, poeta) esto es hacedor, creador a partir del verbo ποιέω (poieō, hacer), sufijo que también podía sumarse a un lexema nominal y en este caso referirse a personas relacionadas con el ámbito semántico del sustantivo al que se soldaba, como πολίτης (polītēs, “uno de la ciudad, ciudadano”) de πόλις (pólis, “ciudad”), término que conservamos nosotros en la segunda parte del compuesto cosmopolita.


Dado que este sufijo en ambos casos era masculino, se creó sobre él un femenino añadiendo -ιδ- a la base oclusiva dental sorda -τ-, resultando un nominativo -τ-ι(δ)-ς, es decir -τις con pérdida de la dental sonora ante la sigma característica. Así por ejemplo frente a κυνηγέτης (kynēgétēs, cazador), agente masculino, tenemos κυνηγέτις (kynēgétis, cazadora), agente femenino, de ahí nuestra cinegética o técnica de la caza acompañada de perros, y frente a πολίτης (polītēs, ciudadano) se creó πολῖτις (polītis, ciudadana).



Ambos sufijos el masculino -ίτης y el femenino -ῖτις llegarán a ser con el paso del tiempo muy productivos en la formación de términos técnicos. A fecha de hoy, por ejemplo, la forma femenina del sufijo continúa, parece mentira, siendo productiva todavía en la lengua de la medicina con el valor de “inflamación de”. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? La explicación más plausible es la de Pierre Chantraine (La formation des noms en grec ancien, pp. 339-340): a raíz de nombres de órganos del cuerpo como por ejemplo ἄρθρον (árthron, “articulación”) se crea un adjetivo femenino ἀρθρῖτις (arthrîtis, “relativa a las articulaciones”) que unido al sustantivo femenino νόσος (nósos, “enfermedad”), forma el sintagma ἀρθρῖτις νόσος “enfermedad relativa a las articulaciones”, donde acaba omitiéndose el sustantivo y sobreentendiéndose, llegando así a la simplificación y sustantivación del adjetivo femenino ἡ ἀρθρῖτις (hē arthrîtis, “la artritis”), de donde nos viene la dichosa inflamación de las articulaciones de los huesos. 

 
A través del latín hace su entrada este sufijo en las lenguas modernas,  donde manifiesta una gran productividad y un doble comportamiento. Por un lado, hay un patrón especializado, digamos, donde el sufijo significa “inflamación de una parte del cuerpo”, sobre una base grecolatina, ya sea griega (hepatitis, faringitis...) o latina (celulitis, apendicitis...); y por otro lado un patrón coloquial, que permite crear nuevos términos derivados, con el significado genérico de “exageración o inflación de la realidad, es decir, de la idea que tenemos de la cosa”, por ejemplo, “mamitis” sobre la base de “mamá”, o  titulitis sobre los títulos de marras.

El Corpus de Referencia del Español Actual (CREA) de la Real Academia Española documenta nada menos que 7.254 casos terminados en el sufijo -itis, de los que 7.164 siguen el patrón especializado y 90 el patrón coloquial, según datos que recojo de “Los afijos, variación, rivalidad y representación” de E. Bernal y J. DeCésaris (eds.) de Documenta Universitaria (2015).

Cabe, para concluir, hacerse una pequeña reflexión volviendo al caso de la presidenta de Madrid: queda demostrado que el título de “magistra” de la regenta de los Madriles era "real", sí, como decía la mentirosa de ella,  pero falso, como la propia realidad por otra parte -cosa que no conviene olvidar nunca. Ahora bien, formulémonos la siguiente pregunta, un poco malévola- pero nada ingenua:  ¿hay títulos académicos verdaderos? ¿No serán los académicos como los nobiliarios, títulos todos espurios? 

Se trata de una pregunta retórica. No espera una respuesta. Está implícita en la pregunta. Pero por si hace falta decirlo explícitamente: todos los títulos tanto académicos como de nobleza de sangre o nobiliarios son falsos: no acreditan absolutamente nada de lo que pretenden: ni la adquisición de unos conocimientos que no se tienen ni una pureza de sangre que no se posee. Todos son esencialmente falsos. Sin embargo, existen, sí, y mucho, como la propia Realidad y la legalidad que la sustenta,  pero sólo acreditan una sola cosa: que se compran y se venden a cambio de dinero.

sábado, 7 de abril de 2018

It's all Greek to me! (El griego que hablan los ingleses).

Cuando los ingleses no entienden algo dicen que es griego para ellos, como nosotros solemos decir "es chino para mí", lo que en nuestro caso parece lógico porque el chino es una lengua que nos resulta bastante extraña y ajena, pero en el caso anglosajón no se entiende bien que digan que algo que no comprenden es griego, porque tanto ellos como nosotros, toda Europa, hablamos criptogriego, según el neologismo de Adrados, es decir, un griego del que no somos conscientes, porque no podemos serlo debido al sistema educativo de enseñanza que nos lo ha escamoteado: theater, poetry, Bible, anatomy, architect, archaic, autograph, kilogram, kilowatt, chromo, idol, dynamit, ethnic, scope, zodiac, meter, zoo ...




Aunque parezca mentira y aunque la mayoría de los angloparlantes no sean conscientes de ello, cuando usan la lengua de Shakespeare están hablando bastante griego, cosa que nos pasa también a los españoles, a los franceses, a los alemanes y a todos los europeos y occidentales en general. Es así porque el griego ha sido y sigue siendo de alguna forma el idioma de la filosofía, de la ciencia, de la tecnología y de la cultura para todo el ámbito occidental. Los términos de origen griego son para los ingleses palabras cultas, "raras" o "difíciles", que no se usan en el lenguaje coloquial y familiar de todos los días, -aunque algunas como "telephone" o "television" están incorporadas a la lengua cotidiana- pero que sí se emplean en su gran mayoría en el ámbito de la cultura y de los lenguajes especializados, y resultan muy difíciles de comprender a veces para los no iniciados si no se tienen algunas nociones de la lengua de Homero por muy básicas que sean.



El inglés, por ejemplo, conserva la "y" que por algo se llama "griega", que en castellano hemos latinizado y convertido en "i" latina: myth/mito. El inglés conserva también las consonantes aspiradas griegas  transcritas por los dígrafos th, ph y ch, correspondientes a las letras θ, φ, χ  respectivamente, mientras que los españoles las hemos convertido en t, f y c. Comparemos polytheism / politeismo, philosophy / filosofía y chronology / cronología.




En general se puede decir que las palabras inglesas de origen griego son las mismas que en español por lo que el estudio del griego es fundamental para los filólogos ingleses o graduados en estudios ingleses, como algunos se llaman ahora, olvidando la vieja palabra filología, que unía el amor (filo-) con el lenguaje y las palabras (-logía): geo-logy, bio-logy, astro-logy, an-archy, mon-archy, olig-archy, demo-cracy, aristo-cracy, pluto-cracy, biblio-graphy, bio-graphy, choreo-graphy, geo-graphy, porno-graphy... y un larguísimo etcétera.

jueves, 5 de abril de 2018

Valores educativos, según Quino

Estos son algunos de los auténticos valores (bursátiles) que forman parte del currículo oculto de preparación de la ciudadanía para la vida moderna y que transmite e inculca nuestro sistema educativo  (con la televisión e interné a la cabeza), según uno de los más geniales humoristas, el entrañable Quino:


(pedes: los pies / ad: para / iter faciendum: hacer el camino)

  (cerebrum: el cerebro, la inteligencia)

(contactus: contacto / humanus: humano)

 (cultura: cultura*)

 (proximus: el prójimo / quem: al que / diligere debes: debes amar)

  (idealismus: los ideales / mores: la moral / honestas: la honestidad)

(Deus: Dios)

(interest: es importante (o es interés, en el sentido económico) / pueri: para el niño (o del niño)
 /  eum: que él / discere: aprenda / quomodo: cómo / omnia: todas las cosas / sint: son )