miércoles, 7 de marzo de 2018

Pégaso, el caballo alado

Pégaso, el más famoso de los caballos alados,  es una criatura legendaria de la mitología clásica griega,  que, según la leyenda dorada, era fruto del ayuntamiento de la gorgona Medusa y Posidón, o Neptuno, si se prefiere el  nombre latino del dios acuático, que se celebró en el templo de la virgen Atenea. Ésta,  furibunda por el ultraje de la profanación, convirtió a Medusa en un monstruo cuya mirada petrificaba, es decir, dejaba literalmente a los hombres de piedra. Según una variante de esta versión,  Medusa habría ofendido también a Atenea por haberse atrevido a comparar la belleza de su larga  cabellera con la de la diosa, por lo que fue castigada convirtiéndose sus cabellos en serpientes. El nacimiento del caballo alado se habría producido, a raíz de la sangre de Medusa cuando Perseo, que sólo pudo mirarla a través del reflejo de su escudo, le cercenó la cabeza de un tajo.

 Pégaso,  Odilon Redon (1900)

El héroe que montará al caballo alado no será Hércules, como quiso la factoría cinematográfica Disney en su versión  descafeinada, edulcorada y "apta para todos los públicos" de dibujos animados de la leyenda del más famoso de los héroes griegos, al que convirtió en lo que nunca fue, un caballero del caballo alado. 

Ya Walt Disney nos había obsequiado en Fantasía (1940) con una escena entrañable  de pégasos. Notad que escribo "pégasos" como si fuera un nombre común, con inicial minúscula, porque aquí no utilizamos la palabra como un nombre propio de un ser singular y único, sino como un nombre común a una especie de imaginarios caballos alados: un pégaso negro, se supone que el macho, sobrevuela el cielo seguido de los que seguramente son sus hijos, dos  potrillos rosados, dos azulados y uno marrón, mientras que otro pégaso blanco -que es claramente la hembra y madre- empolla en el nido bajo sus maternales alas a otro potrillo recién nacido que será negro como su padre, y que pronto aprenderá a volar... 

Tampoco será Perseo, que vuela, sí, pero gracias a las sandalias aladas que le proporcionan las ninfas, el caballero y jinete de Pégaso; sino Belerofonte, que a lomos del caballo alado derrotó a un monstruo terrible e imposible, llamado la Quimera, clavándole una flecha. 

En la siguiente ilustración de una cerámica griega antigua, vemos, precisamente, la figura central del heroico caballero Belerofonte hiriendo a la Quimera (notad el carácter híbrido del monstruo: cabeza y cuerpo de león, cola que es una serpiente y una segunda cabeza de cabra ignívoma -es decir, que vomita fuego- que sale de su lomo), y a la derecha vemos la figura inequívoca de Pégaso, el caballo alado, alzado sobre sus patas traseras y embistiendo al monstruo con las delanteras. 


Encontramos el mismo motivo, donde Belerofonte monta a Pégaso, al que había previamente domado,  en el medallón central restaurado de un mosaico romano de más de cien metros cuadrados descubierto en 1830 en Autun, Saône-et-Loire, Francia. 


Esta Quimera, como observa Borges en "El libro de los seres imaginarios", era "demasiado heterogénea" como para ser verdad: un león, una cabra y una serpiente o dragón se resisten en nuestra imaginación a formar un único animal. Por eso con el paso del tiempo este monstruo legendario, la Quimera, se ha visto reducido a lo quimérico, lo imposible, lo incoherente, o, como dice el diccionario, "aquello que se propone a la imaginación como posible o verdadero, no siéndolo". Sería así la Quimera una idea falsa o una imagen falsa, que se contrapondría a otras imaginaciones o ideas más verdaderas o, al menos, verosímiles.


Sin embargo, Belerofonte no es un héroe popular hoy en día, aunque su iconografía haya dado pie a la de San Jorge -trasunto cristiano del héroe griego- matando al dragón, que sería el equivalente de la Quimera. Ello se debe a que este héroe tiene, a pesar de la heroica hazaña de librarnos de un monstruo, un final fallido. Se enorgulleció tanto de su gesta que quiso ascender cabalgando a Pégaso al Olimpo. Zeus se irritó de tal manera con las pretensiones de Belerofonte que envió un tábano que picó al caballo e hizo que este precipitara a su jinete: Belerofonte vio así frustrado su deseo de alcanzar la inmortalidad. Quizá sea esta - su muerte- la razón de que no haya sobrevivido ni llegado vivo a nosotros en el siglo XXI.   

Para nosotros, sin embargo, el caballo  está asociado desde su nacimiento al héroe Perseo. Por eso, desde el Renacimiento, en los siglos XVI y XVII, suele a veces pintarse al héroe montando al caballo alado, o desmontando del mismo. Suele así figurarse Perseo como un antepasado del caballero medieval que salva a la doncella (Andrómeda en su caso) de las garras y las fauces del peligroso dragón. Así pintó John Singer Sanger en 1925 a Perseo, Pégaso, surgiendo de la sangre de Medusa, y a la diosa Atenea recibiendo la cabeza de Medusa de manos del héroe, que la diosa guerrera llevará siempre en su escudo o en su pecho.


Pero Pégaso guarda una relación muy especial con el agua y las fuentes. No en vano es hijo del dios del mar, y no en vano se creía que su nombre derivaba de "pegué", palabra griega que significa "fuente, manantial, venero". Se cuenta que el monte Helicón o Helicoidal (su nombre viene de la misma palabra que "hélice", que quiere decir espiral o zigzag), cuando oía el canto divino de las Musas, se hinchaba como un globo y, complacido, se agrandaba tanto que llegaba a ser una amenaza para los dioses del Olimpo.

 Pégaso, por orden de Posidón, el dios marino de las aguas que  era, además, su padre, lo golpeó con el casco de su pezuña, y de una coz fulminante logró frenar la hinchazón del monte embarazado y desinflarlo así. Allí mismo, donde Pégaso dio la coz, brotó una fuente, llamada Hipocrene, la Fuente del Caballo o Caballina, que todavía existe hoy en Beocia, un manantial de agua helada de montaña, de donde se creía que brotaba la inspiración artística. De hecho el monte Helicón  está consagrado a Apolo y a las Musas, y está cerca del monte Parnaso, donde se halla el bosque sagrado de las divinidades que inspiran a los poetas y músicos. 

En el siguiente lienzo de Andrea Mantegna de 1497 titulado "Parnaso", pueden verse las figuras centrales de la diosa del Amor Venus/Afrodita, completamente desnuda, y del dios de la guerra Marte, armado con una lanza y casco guerrero, a cuyos pies se encuentra Cupido/Eros, y, a la izquierda, en una gruta, el que parece ser Vulcano/Hefesto, el marido burlado de la diosa;  debajo de las figuras centrales que representan la guerra y el amor, las nueve Musas bailando en corro al son de la lira que tañe Apolo, el dios de las artes musicales y de la poesía sobremanera. A la derecha se distingue el caballo Pégaso con el dios Mercurio/Hermes. A los pies de Pégaso parece que brota la fuente Hipocrene.




En este otro cuadro de Joos de Momper vemos el mismo motivo en un paisaje menos luminoso y más romántico. Las Musas en esta ocasión reciben la visita de la diosa Minerva/Atenea, que lleva en su escudo la cabeza de Medusa que le ofreció Perseo después de cortársela y nacer de su sangre la alada montura. A  la derecha vemos la silueta inconfundible de un Pégaso alado y blanco, y a sus pies la fuente Hipocrene, la Fontana del Caballo.


 

El caballo del dios nórdico Balder también hizo manar una fuente de una coz contra el suelo. Estos mitos ponen de relieve el estrecho parentesco entre el caballo y el agua, y por otro evidencian el poder fecundador del animal. En otras mitologías, como la hindú, también encontramos caballos alados, por ejemplo el caballo de Dadhikra, símbolo del sol y veloz como un águila.

 
Finalmente, Pégaso, como decíamos más arriba, fue catasterizado, esto es, logró llegar en su vuelo al cielo, lo que no consiguió su desgraciado y ensoberbecido jinete Belerofonte, fue ascendido a las estrellas y puesto entre ellas, convertido así en una constelación junto a Perseo y Andrómeda.

Hay que decir que como heredero del Pégaso clásico surge en las leyendas medievales un ser similar, al que se llama Hipogrifo: una mezcla de grifo y de caballo, teniendo en cuenta que el grifo era ya un ser híbrido de águila con cuerpo de león, el hipogrifo sería un híbrido de segunda generación, por así decirlo, un águila con cuerpo de caballo, como aparece en el siglo XVI en el poema épico de caballería Orlando furioso de Ludovico Ariosto, fruto del apareamiento de una yegua y un grifo, veloz como el viento y montado por nobles caballeros como el paladín Roger o, si se prefiere, Rugiero, que liberó a la bella Angélica, o como aparece también, en una versión más moderna, en la novela de J. K. Rowling, llevada al cine,  "Harry Potter y el prisionero de Azkaban".



Para muchos Pégaso es un símbolo de la Fama, que, como dijo el poeta Virgilio, vuela: Fama uolat, la Fama, igual que la alada montura, vuela. En palabras de Juan Eduardo Cirlot en su Diccionario de símbolos, publicado por la editorial Siruela, Pégaso "simboliza el poder ascensional de las fuerzas naturales, la capacidad innata de espiritualización y la inversión del mal en bien". No podemos dejar de ver en él, además, el símbolo de la domesticación y dominio de las fuerzas naturales. Pégaso era un caballo salvaje que fue domado por Belerofonte y al que se le puso el bocado y las bridas, que fueron un regalo de la sabia Atenea,  para poder controlarlo a la hora de enfrentarse a sus enemigos. Su catasterización final simboliza el poder ascensional, como dice Cirlot, de las fuerzas naturales, unas fuerzas que han sido previamente sometidas y subyugadas por el ingenio humano.    

En italiano la expresión "montar sul cavallo pegaseo" es una expresión literaria que significa componer versos y poesía. En el siguiente soneto del poeta modernista nicaragüense Rubén Darío podemos encontrar este simbolismo del caballo alado (Apolo, el laurel, símbolo de la gloria de Apolo y de la perennidad  del arte, Belerofonte como jinete del alado caballo, cuya huella sigue el poeta,  Pégaso, cuyo nombre propio se cita dos veces, y las expresiones que aluden a él como "caballo rudo y tembloroso" y "corcel de cascos de diamante", presentándose el poeta como su domador que vuela "adelante en el vasto azur, ¡siempre adelante!" como dice en el último alejandrino): 

Cuando iba yo a montar ese caballo rudo
y tembloroso, dije: «La vida es pura y bella.»
Entre sus cejas vivas vi brillar una estrella.
El cielo estaba azul, y yo estaba desnudo.

Sobre mi frente Apolo hizo brillar su escudo
y de Belerofonte logré seguir la huella.
Toda cima es ilustre si Pegaso la sella,
y yo, fuerte, he subido donde Pegaso pudo.

Yo soy el caballero de la humana energía,
yo soy el que presenta su cabeza triunfante 
coronada con el laurel del Rey del día;

domador del corcel de cascos de diamante, 
voy en un gran volar, con la aurora por guía, 
adelante en el vasto azur, ¡siempre adelante!

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