lunes, 29 de enero de 2018

Smart, un anglicismo que vende

-Teléfonos inteligentes: La expresión "teléfono inteligente" es traducción de smartphone en la lengua del Imperio, que, a diferencia de la nuestra, no tiene moción de género en el sustantivo ni de número en el adjetivo, y se caracteriza, además, por su gran economía silábica. En efecto, mientras que “teléfonos inteligentes” son nueve sílabas, smartphones, pese a sus once letras, sólo son dos.  Según la inevitable Güiquipedia, el esmarfon, vamos a decirlo con el anglicismo castellanizado por economía lingüística, es un “tipo de teléfono móvil construido sobre una plataforma informática móvil, con mayor capacidad de almacenar datos y realizar actividades, semejante a la de una minicomputadora, y con una mayor conectividad que un teléfono móvil convencional.” A la hora de explicar por qué se llama inteligente a este engendro, dice la inevitable que “el término inteligente, que se utiliza con fines comerciales, (negrita mía) hace referencia a la capacidad de usarse como un computador de bolsillo”. Muy clarividente lo de que el término inteligente se usa con fines comerciales. La publicidad nos engaña haciéndonos creer que puede volvernos inteligentes a sus usuarios  utilizar un artilugio de estos, cuando lo que suele hacer es precisamente lo contrario: entontecernos.


-Ciudades inteligentes: La expresión «ciudad inteligente» es calco del inglés «smart city». En cuanto a lo que se entiende por “inteligente”, puntualiza la inevitable que no hay una definición precisa: “Es un concepto emergente, y por tanto sus acepciones en español y en otros idiomas, e incluso en el propio idioma inglés, están sujetas a constante revisión.” Muy bueno lo de concepto “emergente” y lo de acepciones “sujetas a constante revisión”. No se trata, por lo tanto, de un concepto bien establecido y definido, sino que cada cual usa según su criterio y conveniencia personales. Para unos está relacionado con la utilización de las nuevas tecnologías de la comunicación, para otros con la sostenibilidad y la mejora de la calidad de vida en las ciudades... y cada cual lo emplea un poco a su antojo y barre para casa según sus intereses.


Tarea interminable la de interrogarse more Socratico qué son las cosas, porque siempre que nos preguntamos qué es una cosa estamos cuestionándola, poniéndola en tela de juicio, como cuestionamos el hecho en sí de que haya ciudades inteligentes o de que sea inteligente vivir en urbanizaciones,  hacinados en viviendas (más bien muriendas) de bloques de pisos.

En realidad, no son traducciones exactas ni “ciudades inteligentes” ni “teléfonos inteligentes” dado que el adjetivo “smart” en inglés no sólo significa inteligente (en el sentido de clever), sino también elegante, fino (en el sentido de elegant) y además rápido, ligero (en el sentido de quick), entre otros, incluido afilado y agudo (en el sentido de sharp), que parece que es su significado más antiguo. La smartness de hecho se define en primera instancia como elegancia, sofisticación y buena presencia, y también como inteligencia y agudeza.

En cuanto a la etimología de smart (que puede ser adjetivo, como cuando en los casos vistos se aplica a ciudades y teléfonos; sustantivo, aunque ya en desuso,   con el significado de “dolor agudo, sufrimiento” y moción de número smarts, como su pariente alemán Schmerz;  y verbo “herir, doler, sufrir”), procede,  según Pokorny (página 737) de la raíz indoeuropea *mer-5 con alargamiento dental *(s)mer-d, como demuestra la comparación con el verbo alemán schmerzen, con el significado de lastimar, hacer daño, latín mordeo, que quiere decir morder (con pérdida de la s- inicial), y el griego σμερδνός, σμερδαλέος `horrible, terrible', y las formas antiguas germánicas smerzan (hacer daño), smerzo (dolor),  smerten,  smarten, y la anglosajona smeortan (hacer daño).


Pero la etimología nos depara una sorpresa escatológica: Pokorny relaciona esta raíz con *smerd- y el significado, probablemente ya indoeuropeo,  de “apestar, heder, oler mar”, como revela la comparación con una lengua báltica como el letón donde smir̂dêt significa “apestar” y smirdošs “maloliente” o el lituano smìrda ("apestar"), y el ucraniano smórid ("hedor"), lo que nos lleva al resultado latino de “merda” y  sus desarrollos romances: merda, merde, mierda.  No es imposible ni muy descabellado suponer que una raíz que en principio significaba “cortar, hacer daño, morder” acabe aplicándose a un olor fuerte e intenso como el de los excrementos animales, y acabe así sugiriéndonos que los sustantivos a los que se aplica el agudo adjetivo, como los ejemplos vistos de teléfonos y televisiones, son fecales o  literal- y como dice la gente vulgarmente, una mierda pinchada en un palo. 


Lo curioso es que la palabra smart, pese a su etimología estercolera,  vende, genera fácilmente al decir de los políticos y economistas “presencia mediática” lo que supone buenos dividendos económicos, que es lo que interesa,  por lo que es un buen reclamo publicitario para los tontos que somos, para los que somos tontos,  que algunos alcaldesos y alcaldesas, edilesos y edilesas utilizan sin ningún empacho para transmitir que su ciudad, gracias a su pésima gestión, está en primera línea de las nuevas TIC,s. o simplemente "on line", como cuando antaño se decía con rancio galicismo "à la mode". Hasta tal punto vende este adjetivo que se ha llegado a aplicar, como hemos visto, a una cosa tan necia en principio y tan estupefaciente como es la caja tonta,  y a otros artefactos tan letales como las bombas y misiles presuntamente  "inteligentes".

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