sábado, 13 de enero de 2018

Picasso ilustra la Lisístrata de Aristófanes


Pablo Picasso realizó seis grabados para ilustrar la publicación de Lisístrata de Aristófanes en la versión inglesa de Gilbert Seldes, que apareció en Nueva York en 1934 publicada por una asociación de bibliófilos estadounidenses, en una edición reducida y exclusiva. Estas ilustraciones picassianas se caracterizan, dentro de la temática grecorromana y estilo clasicista que les es propio, por la simplicidad de líneas y por el equilibrio de la composición.


Aristófanes estrenó su comedia antibelicista Lisístrata (nombre parlante de la protagonista, que significa “La que licencia o disuelve los ejércitos”) en Atenas en el año 411 antes de Cristo,  en plena guerra del Peloponeso que enfrentaba a atenienses y espartanos, las dos grandes potencias de aquel entonces así como a sus aliados y, por lo tanto, a todo el mundo helénico. En el momento de su estreno llevaban ya veinte años de hostilidades, y la guerra no parecía que fuera a tener fin.

La Guerra del Peloponeo comenzó en el 431 y finalizó en el 404 a. de C. Durante tres décadas, por lo tanto, la cuenca oriental del Mediterráneo fue devastada por una conflagración tan destructiva y decisiva como las dos guerras mundiales que asolaron el siglo XX, un episodio clave para entender el desarrollo posterior del mundo occidental, y una guerra que inauguraba una época de brutalidad y destrucción sin precedentes en la historia. En la fecha de publicación de los grabados (1934) nos encontramos en período de entreguerras y en vísperas de que estallara en España la guerra civil.  Frente a esta situación que enfrentaba a unos y otros griegos, Aristófanes propone en Lisístrata una salida cómica y utópica de paz.

En el primer grabado vemos a la protagonista femenina arengando a las mujeres atenienses y  espartanas para que, uniéndose entre sí y olvidando la enconada rivalidad política que sostienen sus maridos, novios y amantes, obliguen a espartanos y atenienses a poner fin a las hostilidades que los han llevado al sangriento conflicto, para lo cual deciden en asamblea, votando a mano alzada, encerrarse en la Acrópolis de Atenas y abstenerse de mantener relaciones sexuales con los hombres hasta que firmen la paz, iniciando así una huelga sexual.


La segunda escena muestra un encuentro erótico entre un hombre y una mujer, frustrado en última instancia por la negativa de esta a mantener relaciones sexuales, a lo que estaba obligada por el solemne juramento que habían realizado las mujeres tras la arenga de Lisístrata.


Los hombres en la tercera escena parecen hallarse apesadumbrados y desesperados ante la insólita huelga sexual que se han empeñado en realizar las mujeres. Destaca el detalle marítimo de la nave.


La cuarta escena, una de las más cómicas, corresponde al encuentro entre Mirrina y su esposo Cinesias que, urgido por una erección, le lleva a su hijo para convencerla de que abandone la huelga y vuelva al hogar y a mantener relaciones con él, pero ella, tras numerosos preliminares eróticos,  le deja con las ganas burlándose de él, y recordándole el juramento que han hecho las mujeres de no volver a mantener relaciones hasta que no se firme efectivamente la paz que ponga fin a las hostilidades.


En la quinta escena espartanos y atenienses deciden finalmente firmar la paz poniendo fin a la guerra, algo que sólo sucedió en la comedia de Aristófanes. La realidad histórica fue muy otra: Esparta derrotó a Atenas tras un largo asedio y una peste contumaz que diezmó a los atenienses (en la que murió el célebre Periclés) y la obligó a destruir sus murallas y el puerto de El Pireo, entregar las naves, que constituían su supremacía marítima,  así como permitir el retorno de los exiliados filoespartanos, lo que supuso el fin de la hegemonía ateniense y de los regímenes democráticos que ella fomentaba, y conllevó la decadencia de la antigua Grecia.


En la última escena hombres y mujeres se reconcilian y celebran la paz con un banquete, en un alarde de final feliz que no conoció nunca ni la época de Aristófanes ni la que le tocó vivir a Pablo Picasso dos mil y pico años después.

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