Leo
en uno de esos periódicos gratuitos que pululan en lugares públicos
de paso como estaciones de trenes y autobuses un anuncio publicitario
de las Fuerzas Armadas patrocinado por el Ministerio de Defensa
(entiéndase el eufemismo: de la Guerra, como se decía antes cuando se llamaba a
las cosas por su nombre) del Gobierno de España, un derroche gráfico
a toda página, en color, con seis fotografías donde se ve
claramente a soldados españoles con el pendón rojigualdo en el
brazalete, sonrientes en diversos escenarios internacionales:
Centroamérica (1990), Bosnia-Herzegovina (1994), Haití (2004),
Líbano (2006), Chad y Afganistán (2008): 20 años, que no son nada
según la copla. En la enumeración se oculta cuidadosamente la
misión de Iraq, como si no hubiera existido nunca, como si no hubieran
estado también allí las huestes carpetovetónicas.
Bella matribus detestata, Jiri Anderle (1936-...)
Son
las “misiones internacionales” (sic) de estos nuevos misioneros
que ya no van con la Cruz a cuestas sino con la Espada a defender la
paz y los derechos humanos, mercenarios a sueldo del Estado
dispuestos a violar sistemáticamente ambas cosas para defenderlas,
provocando conflictos –ellos nunca dicen “guerras”, sino
conflictos, que suena más light y
políticamente correcto como la tolerancia cero que practican- para desfazer entuertos, porque el
ejército, cualquier ejército en particular y el ejército en
general, es más peligroso que un mono neurótico con dos pistolas
rebosantes de munición en el cargador. Y máxime si se presenta como
una hermanita de la caridad con abnegado espíritu de servicio, con
cristiano sentimiento del deber y abnegación, amante de la vida aventurera y del
lado arriesgado y peligroso de la vida.
Más cifras para la reflexión y el escalofrío: 100.000 soldados hispánicos repartidos por 4 continentes del universo mundo en 50 misiones humanitarias (eufemismo políticamente corregido que disfraza los conflictos). Y todo esto bajo el lema de “el valor de servir”.
Más cifras para la reflexión y el escalofrío: 100.000 soldados hispánicos repartidos por 4 continentes del universo mundo en 50 misiones humanitarias (eufemismo políticamente corregido que disfraza los conflictos). Y todo esto bajo el lema de “el valor de servir”.
Preguntémonos:
¿Para qué o a quién tienen el coraje de servir esos soldaditos españoles de
plomo, soldaditos valientes? Sirven en primera instancia a las armas que portan. Las armas,
lejos de ser un instrumento del que las empuña, convierten al
soldado que las lleva en una herramienta a su servicio: el soldado
servirá para apretar el gatillo. También sirven a los Señores de
la Guerra que las fabrican y que se frotan las manos vendiéndoselas
a países democráticos como, por ejemplo, Israel, por no hablar de las rancias teocracias como Arabia Saudí.
Bella matribus detestata, Georges Rouault (1871-1958)
¡Tienen el valor de
aprovecharse de la crisis económica para atraer a incautos jóvenes
sedientos de novedades con el señuelo de la aventura, con el anzuelo
de la estabilidad mercenaria de un sueldo fijo para toda la vida y
con el trampantojo del servilismo a ultranza como si se tratara de una inocente ONG! ¡Señora Ministro de
la Guerra, y digo bien Ministro porque me resisto a decir Ministra, puesto que la Guerra siempre ha sido cosa de hombres, y si ahora,
desgraciadamente, también es asunto de mujeres, es porque se igualan
en lo peor a los varones! Señora Ministro, usted que ha sido madre
recientemente, no conoce seguramente el verso de Horacio “bella
matribus detestata” que expresó de una vez por todas lo que
sienten las madres, a poco que se dejen llevar por los sentimientos de su corazón,
por las guerras: las aborrecen, deberían aborrecerlas con toda su
alma porque las guerras les arrancan a sus hijos de sus entrañas -y ahora podemos
poner eso tan moderno también: hijo/as- en la flor de
la vida.
Vd., señora Ministro, como madre debería aborrecerlas también si se dejara llevar por sus sentimientos. Claro que las aborrece, dirá, y se
declarará pacifista. Y llegará a decir, en el colmo de los
colmos, que el Ministerio que Vd. regenta no es el de la Guerra sino
el de la Paz. Y es que hemos llegado a la confusión orwelliana de
llamar a la guerra paz, y a la mentira verdad: el mundo al revés. Seguramente, además,
su hijo no tendrá nunca necesidad de ser carne de cañón, y
alistarse en el ejército profesional y mercenario
para sobrevivir en la jungla…
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