sábado, 24 de septiembre de 2016

La viuda desconsolada

Hay dos versiones latinas de la historia de la matrona o viuda de Éfeso y el soldado, como quiera llamarse: la  inserta en la novela El satiricón de Petronio como relato independiente que se narra durante el episodio de la cena de Trimalción, y la fábula número 15 del apéndice a Fedro.


Perdió al marido que amó durante años una
y en un sarcófago su cuerpo sepultó;
al no poder apartarse de él en modo alguno
y pasar sollozando en el sepulcro su vivir,
ganó la ilustre fama de una casta virgen.
Unos que el templo profanaran ya de Zeus
pagaron su sacrilegio al dios crucificados.
Porque no pudiera sus cuerpos nadie desclavar,
ponen soldados que custodien los despojos
junto a la cripta donde se hallaba la mujer.
Uno de los guardiantes una vez sediento
pidió a una criada a media noche de beber,
que a la sazón entonces asistía a su ama
que iba a dormir: había estado en vela, pues,
y hasta muy tarde prolongado su vigilia.
Mira el soldado por la puerta a medio abrir,
y ve a mujer afligida y de un hermoso rostro.
Se enciende al punto cautivo allí su corazón
y poco a poco se inflama la pasión del sexo.
Su aguda inteligencia encuentra excusas mil
para poder volverla a ver con más frecuencia.
Llevada por la costumbre diaria, se hizo más
complaciente con el visitante poco a poco;
su ser ligó después con más estrecha unión
y mientras pasa allí el sagaz guardián sus noches,
se echó de menos el cadáver de una cruz.
Cuitado el hombre expone a la mujer el caso.
Mas ”No hay que temer” le dice, santa, la mujer
y le da del marido el cuerpo, que lo crucifique,
porque él no sufra por negligencia la sanción.
La desvergüenza así ocupó el lugar de la honra.

 La viñeta la realizó el dibujante Mingote para el libro de F. R. Adrados  "El cuento erótico griego, latino e indio",  de donde está tomada.   

Y esta es la versión de la historia del Satiricón de Petronio (capítulos 111 y 112):


En Éfeso había una matrona de una castidad tan famosa que atraía incluso a las mujeres de las comarcas vecinas a su contemplación. Pues bien cuando hubo enterrado a su marido, no contenta con la costumbre habitual de seguir el cortejo fúnebre con los cabellos despeinados o golpear su pecho desnudo a la vista de la concurrencia, siguió a su difunto esposo y comenzó a velar y llorar noches y días enteros su cuerpo una vez depositado en la cripta según la usanza griega. A ella, que así se afligía y que perseguía morir de hambre, no pudieron apartarla de allí ni sus padres, ni sus parientes. Se fueron las autoridades rechazadas en último extremo. Y la mujer de sin igual ejemplo, compadecida por todos, cumplía ya su quinto día sin probar bocado.

Acompañaba a la enferma una sirvienta muy fiel, y acomodaba al mismo tiempo sus lágrimas a las de la desconsolada y renovaba la llama de la lamparilla que había en el sepulcro cada vez que se extinguía. Así pues, en toda la ciudad había un único tema de conversación; hombres de todas las condiciones confesaban que sólo había brillado aquel ejemplo verdadero de castidad y amor, cuando entre tanto el gobernador de la provincia ordenó crucificar a varios ladrones cerca de aquella caseta donde la matrona lloraba el reciente cadáver. Conque a la noche siguiente, cuando el soldado que vigilaba las cruces para que nadie robase un cuerpo a fin de darle sepultura, notó la luz que brillaba muy clara entre los monumentos y oyó el lamento de alguien que lloraba, quiso saber según un defecto del género humano quién estaba allí y qué hacía.

Así que bajó a la cripta y, al haber visto a aquella bellísima mujer, se quedó clavado, turbado primero como ante un fantasma o apariciones infernales. Luego, cuando vio el cuerpo del yacente y las lágrimas y el rostro rasguñado, dándose cuenta naturalmente de lo que era, que aquella mujer no podía soportar la añoranza del difunto, llevó al monumento su magra cena y comenzó a animar a la afligida mujer a que no perseverase en un dolor inútil y que librase su pecho de un lamento que no iba a servir para nada: que ese mismo era el fin de todos naturalmente y la misma morada, y todo aquello con lo que las mentes heridas son devueltas a la salud.

Pero ella, exacerbada por el consuelo de un desconocido, golpeó su pecho con más intensidad, y arrojó mechones de su pelo sobre el cuerpo del yacente. No cejó sin embargo el soldado, sino que con la misma exhortación trató de dar a la pobre mujer su comida, hasta que la sirvienta, tentada por el olorcillo del vino, alargó en primer lugar ella misma la mano vencida a la generosidad del que las invitaba, luego reconfortada con la bebida y el alimento, comenzó a atacar la resistencia de su ama:

-¿De qué te servirá -le dijo- todo esto si te matas de hambre, si te entierras viva, si antes de que la pidan las parcas entregas tu alma inocente?
¿Crees que el polvo o los manes sepultos se dan cuenta de eso? (1)
¿Quieres tú revivir? ¿Quieres, dejando tu error de mujer, gozar, mientras te sea posible, de las bondades de la luz? El propio cadáver del muerto debe incitarte a vivir. ¿Por qué no escuchas los consejos de un amigo que te invita a comer algo y no dejarte morir?.

Nadie oye a disgusto cuando lo fuerzan a tomar alimento o beber. Así que la mujer, agotada por la abstinencia de varios días, toleró que se quebrantase su resistencia, y se atiborró de comida no menos vorazmente que su criada, que se había rendido antes.

Pero sabéis qué suele tentar muchas veces a la satisfacción humana. Con los mismos halagos con que había conseguido el soldado que la matrona quisiera vivir, atacó también su castidad. Y no le parecía ni feo ni falto de elocuencia el joven a la casta mujer, predisponiéndola a su favor la criada y diciéndole a menudo:

¿Vas a negarte también al amor placentero? (2)

¿Por qué alargarme más? Tampoco la mujer dejó ayuna esa parte de su cuerpo, y el soldado victorioso la convenció a las dos cosas. Se acostaron, pues, juntos no sólo aquella noche, en que celebraron su boda, sino también el día siguiente y al tercero, cerradas por supuesto las puertas de la cripta de modo que cualquiera de los conocidos y desconocidos que acudiese al monumento, pensase que la fidelísima esposa había expirado sobre el cuerpo del marido.

Por lo demás, el soldado, fascinado por la hermosura de la mujer y por el secreto, compraba de todo lo mejor que podía por sus posibles,  y recién caía la noche lo llevaba al monumento. Y de este modo, los parientes de uno de los crucificados, cuando notaron la falta de vigilancia, descolgaron por la noche su cadáver y le rindieron el último servicio. Pero el soldado encargado, mientras estaba ausente, cuando al día siguiente vio una cruz sin cadáver, temeroso del castigo, le cuenta a la mujer lo que había sucedido; no iba a esperar, le dijo, la condena del juez, sino que con su espada dictaría sentencia a su negligencia. Que ella le guardara ya un lugar a él, que iba a morir, y que hiciera una misma tumba para el amigo y para el marido.

La mujer no menos compasiva que virtuosa le dijo: ¡Que los dioses no permitan que yo contemple a la vez los dos funerales de los dos hombres para mí más queridos. Prefiero colgar al muerto que matar al vivo.

De acuerdo con este parlamento hace sacar del ataúd el cuerpo de su marido y clavarlo en aquella cruz que estaba vacía. Se aprovechó el soldado del ingenioso recurso de la prudentísima mujer y al día siguiente la gente se maravilló de cómo el muerto había subido hasta la cruz.

  1. Cita de la Eneida de Virgilio, IV, 34. El verso no está bien citado. Sería: ¿Crees que el polvo o los manes sepultos se cuidan de eso?
  2. Cita de la Eneida, IV, 38.


Si comparamos  esta historia con la versión cinematográfica que realizó Federico Fellini del Satiricón  de Petronio, llama la atención cómo el marido de la viuda no es crucificado como en la novela de Petronio y en la fábula de Fedro, sino ahorcado. 



Grabado donde la horca (al fondo) sustituye a la cruz


¿Por qué Fellini sustituyó la cruz por la horca? No fue una innovación suya. Ya en la versión francesa de La Fontaine y en la tradición iconógráfica aparece dicha sustitución. Se me ocurre que el cambio de la cruz por la horca se debe a no incurrir en blasfemia religiosa, habida cuenta del significado que adquirió la cruz para el cristianismo. La escena, en versión original italiano, puede entenderse sin mucho problema. A fin de cuentas, italiano y castellano son dos variaciones musicales del latín clásico: latín evolucionado, o degenerado en el buen sentido de la palabra.


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