viernes, 15 de julio de 2016

De la publicidad y el suplicio de Tántalo

La publicidad además de ser una actividad comercial es un lenguaje. Tiene sus propios códigos. Como todo lenguaje, sirve para comunicar algo, generalmente que consumamos algún producto. Hoy en día la publicidad tiene un poder tan fuerte que no se puede explicar nuestra realidad y ciertos hábitos de comportamiento de las personas sin tenerla en cuenta.

Tántalo con el agua al cuello intentando tomar las manzanas

Pero la publicidad no sólo nos invita a consumir creándonos necesidades que no teníamos, sino que sirve también para transmitir determinadas formas de ver o entender la vida. Y aquí es donde radica su mayor éxito y su mayor peligro: la publicidad influye cada día, incluso sin darnos cuenta, en nuestra forma de pensar y de actuar.


Tántalo, Justin McElroy (diseñador gráfico)

Eduardo Galeano escribió en "Lecciones de la sociedad de consumo": El suplicio de Tántalo atormenta a los pobres. Condenados a la sed y al hambre,están también condenados a contemplar los manjares que la publicidad ofrece. Cuando acercan la boca o estiran la mano, esas maravillas se alejan. Y si alguna atrapan, lanzándose al asalto, van a parar a la cárcel o al cementerio. Manjares de plástico, sueños de plástico. Es de plástico el paraíso que la televisión promete a todos y a pocos otorga. A su servicio estamos. En esta civilización, donde las cosas importan cada vez más y las personas cada vez menos, los fines han sido secuestrados por los medios: las cosas te compran, el automóvil te maneja, la computadora te programa, la TV te ve.


Tántalo, Giambattista Langetti (1625-1676)

Tántalo es célebre en la mitología por el castigo que tuvo que sufrir en los Infiernos. Sin embargo no hay acuerdo entre los autores sobre cuál fue el motivo de su castigo. De la descripción de su tormento hay también dos versiones: se hallaba en los Infiernos colocado debajo de una enorme roca que amenazaba siempre con caer, a modo de espada de Damoclés; pero que se mantenía en eterno equilibrio; o que, sumergido en agua hasta el cuello, no podía beber y calmar su sed porque el líquido elemento retrocedía cada vez que trataba de introducirlo en su boca; y una rama cargada de frutos -generalmente manzanas- pendía sobre su cabeza, pero si levantaba el brazo e intentaba tomar la fruta para saciar su hambre, la rama se levantaba bruscamente y quedaba fuera de su alcance. Es este último tormento el que más han reflejado las artes gráficas y al que se refiere Eduardo Galeano en el texto que hemos leído.

Lucrecio en su De rerum natura versos 980 y 981 se hace eco del primero: "nec miser inpendens magnum timet aëre saxum / Tantalus, ut famast, cassa formidine torpens": ni Tántalo, el pobre, está colgada en el aire temiendo / la enorme roca que caiga, en vano helado de miedo. Reflexiona en ese texto Lucrecio sobre cómo los tormentos infernales, que de por sí son imaginaciones absurdas, trasladan las penas y miserias de esta vida al reino de los muertos. Por eso dice: "Y aquello, sin duda, todo que en los profundos infiernos / contado nos han que lo hay, todo en vida aquí lo tenemos". Es decir que el suplicio de Tántalo es nuestro propio suplicio. Sólo hay que cambiar el nombre de Tántalo por el nuestro propio, como nos advirtió Horacio: Quid rides? Mutato nomine de te fabula narratur.

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